27-2-2010

La llegada a Barsana supone un cambio radical con lo que llevamos visto hasta ahora. Una ciudad que parece anclada en la época medieval. Una belleza decadente que invita a pasear entre callejuelas de vivos colores. Los personajes del pueblo parecen agradecer con su mirada que alguien les visite, sobre todo durante sus fiestas. Aquí no hay toros ni romerías, aunque el ambiente que se crea es casi el mismo.

Nada más salir del coche somos asaltados por guerrillas urbanas provistas de toda clase de pistolas de líquidos y bombas de color. Mi cabeza, no sé muy bien porqué, parece ser un blanco perfecto. Afortunadamente las cámaras están protegidas, la mía con un protector especial, pero las de Antonio y Luciano con algo mucho más sofisticado, un rollo de plástico de los de envolver alimentos.

Turbantes de vivos colores, faldas masculinas de elegante corte, saris, vacas, perros sarnosos, palacetes en ruinas, mercadillos ambulantes, toldos y, al fondo, el majestuoso templo de Barsana.

Seguimos a la interminable hilera humana que asciende hasta lo alto. Los más necesitados son transportados en una especie de hamaca móvil llevada por dos porteadores. El fervor se hace más palpable conforme llegamos al final de las escalinatas. Alabanzas a Krishna y Happy Holi son voceados sin descanso. Por doquier caen polvos de vivos colores. Es en estos momentos cuando me doy cuenta de que no es del todo cierto aquel dicho que dice que no hay razas ni colores, sino que me miren la cabeza.

Me siento muy cansado, eran las siete de la tarde y seguía sin comer ni beber desde la hora del desayuno. Anoche me acosté muy tarde visionando las fotos y escribiendo la crónica. Al final, la una de la mañana cuando apagaba la luz. Hoy a las siete ya estaba pateándome las calles, aunque duré poco porque mi cuerpo se negó a seguir caminando sin tumbarse al menos media hora más.  Noto como si la cámara se apoderase de mis actos y movimientos, como si fuese una especie de radar que tiene que explorarlo todo. Debo contenerme y descansar, porque India agota. Son muchas sensaciones las que se reciben continuamente, unas muy buenas, pero otras muy, muy malas.

Mañana nos dirigiremos a Falen, otro pueblecito que celebrará su gran fiesta con mucho color y una gran hoguera que será atravesada por un hombre desnudo, una especie de santo que aquí se llama Panda.

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